Prologo
La calle estaba desierta. El viento soplaba y mecía las hojas de los abetos como lo hace una madre con su retoño recien nacido, y las escasas nubes que habían en el cielo tenían un ligero tono cobrizo gracias al efecto de la luz del sol al ponerse en el horizonte, hacia el final del majestuoso océano. El perfume de las rosas del jardín de la brillante casona impregnaba el ambiente de una inusitada vitalidad. Parado en la calzada, cigarrillo en mano, apoyado sobre la reja de calle, a pocos metros de la entrada de la Ciudad Satélite, Mariano miraba nervioso hacia todas las direcciones. El pequeño sabía que en cualquier momento los escuadrones de la muerte, manejados por su cruel padre llegarían e intentarían asesinarlo a el y a sus amigos.
- Debo ser el único ser humano, -se decia, mientras el humo flotaba dentro de su boca y acariciaba su paladar, para finalmente salir por la naríz-, a quien su propia familia quiere ver sepultado, en un ataud, a seis metros bajo la tierra.
Mariano había tomado su cigarrillo libre de alquitrán y le había dado una corta aspirada. Y otra. Y una tercera más larga. Él siempre supo que su vida sería difícil. Desde el día en que nació ya han pasado trece largos años y lo único que este hijo de la vida había visto ha sido un siniestro y tormentoso piélago de calamidades. Su familia sigue siendo un tema molesto para él. Frente a Bastián y el resto de sus amigos, siempre se había mostrado estoico, lacónico y decidido, a pesar de su corta edad, en medio de un conflicto que amenazaba con destruir por completo a los más débiles, incluyendo a su mejor amigo, a su hermana y a su adorada amiga. Sin embargo, en la soledad de su alma desdichada, las lágrimas inundaban sus ojos son un vidrioso brillo transparente cada vez que se daba la ocasión perfecta para ello. Una discusión, un regaño del maestro, una salida de madre. Todo afectaba a Mariano. Pero no podía dejar que eso lo mantuviera abyecto. Tenía que pensar en la forma para evitar que estos negativos pensamientos terminaran por consumirlo. De lo contrario, estaba condenado a sucumbir ante la oscuridad.
Pero es demasiado difícil, casi imposible. Un niño pasaba por la vereda de la calle Aralias y se fijaba con su mirada llena de ingenuidad en el pañuelo que envolvía la mano y el antebrazo derecho de Mariano. Al principio el renegado no le dio importancia. Es un pendejo, solamente, pensó. Mas no contaba con que el chico seguía viendo el pañuelo rojo que lo cubría.
- ¿Qué miras?,- gritó Mariano, molesto por la impertinencia del mocoso.
- Nada... es solo que tu pañuelo...
- ¿Qué? ¿Mi pañuelo qué? ¿Está sucio, te gusta, te da risa, qué?
- No... es que...,- el pobre chico estaba a punto de llorar-, me da pena.
Esa respuesta no la esperaba Mariano.
- ¿Pena?
- Si... ¿te pasó algo?
- No seas insolente, cabro chico,- y levantando la mano, de forma brusca-, ándate para tu casa antes de que...
El chico, ante el grito de rabia de Mariano, corrió calle abajo, llorando, mientras trataba de secarse las lágrimas con la manga de su camiseta.
- No... ¿qué mierda hice?
Mariano se cubrió el rostro con sus manos, lleno de vergüenza. Su cigarrillo aun tenía algo de tabaco en él. Lo que hizo fue una estupidez y adolecía de una falta de tacto enorme. Pero no pudo evitarlo. Ver aquel pañuelo, ese maldito pañuelo, enrollado en su brazo derecho, es lo más cercano a la idea que podría resumir su existencia. Y para colmo, estaba en su propio cuerpo. El dolor. El griterío. La desesperación. El olor de la pólvora que impulsó el proyectil criminal y que terminó impactando en la persona que él más quería. Los golpes. La humillación recibida. La maldición. Y una supuesta revelación. Todo seguía latiendo permanentemente en su neura. Y a medida que crecía y se hacía más fuerte (o, al menos, eso creía él), los pensamientos se agolpaban cada vez más intensamente dentro de su mente. A veces creía que esto es demasiado para él.
Una puerta se abría silenciosamente a las espaldas de Mariano. La chica que salió por ella tenía un vaso de roncola en cada mano. El joven no podía escucharla, estaba absorto en sus pensamientos. Ella se acercó sigilosamente a las espaldas de Mariano, y delicadamente cruzó sus brazos sobre su pecho, alcanzándole su vaso.
- ¿Pensando?,- le preguntó al tiempo que lo abrazaba.
- ¿Ah...?,- Mariano estaba sorprendido por la repentina aparición de la chica,- este... sí, me sorprendiste. No te caché.
- Filo con eso. Oye, te traje un combinado.
- No es uno, son dos...
La chica soltó una corta carcajada.
- Si, pero no se lo digas al profe,- dijo, mientras tomaba un sorbo.
- Sensei. Lázaro-sensei, y la boca te queda...
- ¿Qué? ¿La boca me queda donde?,- la chica miró fijamente a Mariano, con el ceño ligeramente fruncido.
- Mmm..., no, nada.
Mariano miró fijamente el rostro de la chica, y luego giró rápidamente la cabeza, tratando de sentir la presencia del maestro. Pero no. No podía sentirlo por ninguna parte. De pronto, ella le pregunta a Mariano.
- Mariano, nosotros somos amigos y creo que tenemos confianza.
- Crees bien.
- Entonces, sabí que no me parece nada lógico que no nos hayas dicho nada a mí ni a los cabros sobre tí y tu pasado. El puro Bastián cacha algo, nomás.
El joven Mariano dejó el vaso de plástico sobre el descanso de la reja y volvió a fumar otro poco.
- Oye, ¿y a tí nunca te han dicho que eres un poco... intrusa?
- Pesado, no era necesario responderme así.
- Ya, pucha, sorry, no era mi intención. Es que me quema el hecho de que... quieran saber algo de mí así, de esta forma.
- ¿Por qué?,- le preguntó,- ¿hay algo que no debamos saber? ¿Algo trucho? ¿1313?
Mariano volvió a tomar el vaso y remojó su garganta con el alcohol.
- Chica, tu cachai que mi vida es demasiado triste. Penosa. De loser.
- Pero pucha, no por eso te vai a cerrar con nosotros. Te queremos como erí y weás.
- Sí, pero es que aun no supero los traumas,- y sonriendo nerviosamente, prosiguió,- aún guardo rencor.
- Pero wachito... si es por eso, exprésate y desahógate. Yo te escucho.
Los ojos de la chica brillaban con un resplandor distinto al cual Mariano estaba acostumbrado a ver. Sin duda, había visto sus ojos antes, pero nunca había recordado haberlos visto de esa forma. No podía resistirse.
- Ya bueno, te voy a contar la historia de mi vida.
En ese momento, el cigarrillo estaba completamente consumido y la colilla se iba calle abajo por el hilo de agua hasta meterse por el colector hasta las alcantarillas.
- Chica,- dijo Mariano, tras tomar el último sorbo de alcohol, dejando el vaso en el suelo,- no tengo ningun atado en contarte, pero me tienes que prometer una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Bueno, en realidad son dos: la primera es que todo lo que te voy a contar te lo voy a decir a tí no más, así que porfa mantén el secreto.
- Ya, te lo prometo, ¿y la segunda?
- Quiero que me prometas que lo que te cuente no va a cambiar la impresión que tienes de mí.
- ¿Por qué debiera hacerlo?,- respondió,- si ya te dije que te quiero y te queremos como eres.
- Sí... bueno, entonces te cuento.
Dicho esto, Mariano despejó los mechones de cabello de su cara, y comenzó.
- No se si sepas esto, pero yo no soy huérfano, tengo familia.
- Sí, lo sé,- Mariano no se molestó en preguntar cómo ella lo sabía.
- El caso es que yo odio a mi familia. Y ella me odia a mí. Es tan falsa, repugnante... harían cualquier cosa con tal de verme sufrir.
- Pero, ¿por qué?,- preguntó, nerviosa, la chica,- Eres parte de su familia, eres su sangre.
- Puede que así sea. Pero eso no me hace ser parte de su familia.
El tono de color de la piel de la chica se tornó más pálido que de costumbre. Tenía el presentimiento de que Mariano iba a revelar un secreto terrible, que desde hace muchos años lo afligía. Podía sentirlo: su respiración entrecortada, su voz había adquirido de pronto un tono fraccionado, poco usual en él.
- Yo... yo soy un Arismendi. Me llamo Mariano Arismendi Villarroel.
El rostro de la chica palideció por completo, y por supuesto, la revelación la impactó. Desde hace un año que ella conocía a Mariano, a quien había tomado un gran afecto a pesar de no conocerlo demasiado, o al menos, tanto como quisiera, y el hecho de que de un momento a otro haya dicho algo tan privado y confidencial hacia ella la hizo quedar en un lapsus mental involuntario.
- No... no puede ser... pero es que tu no... no puedes ser de esa familia,- ahora sus palabras se atropellaban al tratar de salir.
- Es fuerte, pero es la verdad. Se que no lo parezco, pero legalmente, sigo siendo un miembro de esa maldita familia.
- No, no digas eso,- la chica comenzaba a angustiarse y parecía que en cualquier momento iba a soltar el llanto.
- Por favor, escúchame. Se que mi familia es una mierda, pero yo no he de ser como ellos. Soy diferente...
Mariano trató de buscar con la mirada los ojos de su amiga, pero al parecer tras la barrera lacrimosa que se interponía entre ellos se asomaba la presencia maligna de la desconfianza.
- No sé que creer, yo no puedo creer que alguien como tú, que domine la luz de la forma en la que lo haces tú, pueda venir de una familia como esa.
- Créeme, por favor, créeme,- Mariano comenzaba a desesperarse,- yo odio a mi familia, odio a mi padre por lo que me hizo. Me cagó la infancia.
Tras decir esto, el joven comenzó a soltar algunas lágrimas. El dolor acumulado durante años debía salir en algun momento, aprisionado a la fuerza durante mucho tiempo en su interior.
- Mariano, por favor perdóname,- decía la chica, también llorando,- no creí que en verdad tú...
- ¡Tonta!,- le gritó, sin intención de ofenderla, pero manejado por la tristeza y la ira, su autocontrol era nulo,- ¿por qué crees que he huido de ellos, por gusto? ¿Por qué creí' que me refugié en la Fundación? ¿Para espiarlos, o para tratar de darle algún tipo de información al infeliz de mi viejo? ¿O acaso tú también sospechas de mí, al igual que el maestro?
- No, no estoy diciendo eso, pero es que alguien como tú, tan bueno y seguro de si mismo, no puede ser de esa casta, no puede ser.
- ¡Sí puede ser! ¡Soy un Arismendi! ¡SOY UN ARISMENDI!,- y el joven cruzó el jardin de la casa de Bastián, llorando hasta su habitación. La chica comenzó a llorar amargamente, sabiendo que había herido los sentimientos de su querido amigo.
Capítulo 1: Un Pasado Desalentador y un Presente Incierto
-- Madrid, España, Jueves 20 de Noviembre de 1975 --
El amanecer de aquel día era, tan sólo ligeramente, más brillante que el resto del año. No había nada fuera de lo común en el ambiente. El sol seguía saliendo por el oriente de la mediterránea capital. El curso de las aguas del río Tajo seguía la misma dirección de siempre. Los barrios de los alrededores del centro comenzaban su día como si fuese cualquiera. Las mujeres de las clases acomodadas caminaban conversando por las calles de los barrios más atractivos, buscando alguna tienda abierta. Un día normal de otoño. De pronto, una voz, una noticia, un llanto para algunos y un grito de libertad para otros.
"Compatriotas... Franco ha muerto"
El silencio consumió a España por más de un minuto. La gente se sorprendía por la muerte repentina del dictador. Si bien es cierto que su salud se había deteriorado producto de su avanzada edad, los doctores habían asegurado públicamente que el Generalísimo iba a sobrevivir, al menos, hasta fin de año.
Tras el estupor, el caos. Los barrios populares del este de la capital ardían de euforia, las calles se llenaban de la alegría de las masas, aglomeradas, celebrando por el grito de libertad, tras más de 35 años de sufrimiento, represión y desesperanza. En el sector de la Castellana, en el centro de la capital, los madrileños no cabían en su felicidad, aunque el temor de que las fuerzas nacionales aparecieran para reprimir las muestras de felicidad. Mientras los detractores celebraban por toda España, en los barrios exclusivos de las principales ciudades del país, los partidarios de Franco se resignaban silenciosamente a su partida. En una de las suntuosas residencias del barrio del Pardo, al norte de Madrid, residía la familia Arismendi, una acomodada familia partidaria del régimen franquista. El patriarca de esta casa, Ariel Arismendi Bahamonde, pariente de la familia materna del fallecido gobernante, era el lider de la casa en ese entonces. Su hijo, Ariel Arismendi Guzmán, veía por la ventana a la procesión no oficial de vecinos simpatizantes. Las caras largas y la congoja se podía sentir con solo estar ahí.
- No me lo puedo creer...,- decía Ariel padre, una y otra vez, incesantemente mientras estaba sentado en su mejor sillón, un regalo del mismísimo Franco.
- ¿Qué cosa, padre?,- preguntó Ariel hijo, sin ponerle demasiada atención, aun mirando por el cristal hacia la calle.
- ¿Cómo que qué cosa?, ¿acaso eres tonto?,- recriminaba Ariel padre,- la muerte de mi Generalísimo es el principio del fin. ¿No te das cuenta de eso?
Ariel Arismendi Bahamonde tenía 60 años. Era un ser despreciable y un anciano poco respetable. Conocido empresario de buena situación, pero de pésima presencia y horrenda estirpe. Se decía que la familia de este hombre estaba marcada por el Diablo, otros, decían que la familia era cristiana ferviente, pero luego de la Guerra Civil, que concluyó con el Dictador en el poder, renegaron de su fe, y se convirtieron en un montón de paganos, hambrientos de dinero, poder y placeres. Y otros tantos afirmaban incluso, que la familia había abrazado las entrañas del Abismo durante la Segunda Guerra Mundial. Sea como fuere, la familia Arismendi, desde alrededor de la década de los 40, albergaba en sus genes el factor desviante.
En efecto, en 1945, nació Ariel Arismendi Guzmán, el hijo de Ariel Arismendi Bahamonde y de una mujer de la vida. La triste verdad es que si bien Ariel hijo no era un mal sujeto, ni mucho menos, estaba siempre bajo la atenta lupa de su padre, quien, siendo su único sustento en la vida, debido a que su madre fue asesinada en una fría noche, producto de un disturbio que conmemoraba la ascención al poder de Franco, por un tiro perdido en la oscuridad, practicamente dominaba su vida. Ariel hijo, durante su adolescencia conoció lo que es estar en una nación sumida bajo un gobierno de facto, y a pesar de ir en una escuela exclusiva para hijos de familias bien, el nunca pudo compartimentalizar su realidad con la de su patria. Amaba España tanto como a su querida Catalina, su querida novia.
Catalina Villarroel era una de las jovencitas más hermosas e inteligentes de Madrid, aunque para Ariel, Madrid simplemente no era suficientemente bueno para ella - estaba convencido de que era la chica más bella de toda Europa. Ella y Ariel se conocieron en una fiesta de primavera en el año 1969, organizada por los estudiantes de la escuela de Derecho de la Universidad Complutense. Ariel tenía 24 años y Catalina 18. Una novata y un alumno en su último año. La primera impresión que tuvo la tímida joven al conocer al galante Arismendi fue suficiente como para que ella se enamorara, y a su vez, la primera impresión que tuvo el gallardo Ariel al conocer a la bellísima Catalina, bastó para que él quedara cautivado por ella. Un tipo de buena presencia, a la moda, buen pasar económico y bien educado conocía a una mujer joven, intelectual, graciosa, finísima y cándida. Parecía perfecto, y lo era, en cierto tiempo, pero la influencia del padre de Ariel, y la permanente reticencia de la familia Villarroel, que conocía perfectamente la naturaleza del patriarca de la familia Arismendi, hacía pender sobre ellos una peligrosa y afilada espada de Damocles. Era un sueño idílico en medio de un aura tenebrosa.
Un día, seis años después, en 1975, y tres días del fallecimiento del Dictador, mientras los estudiantes de la carrera que estudiaba Catalina, tan solo 6 años menor, celebraban su fiesta de graduación, ella escapó del lugar donde el ágape, ya funado y en su punto más bajo, se daba a lugar, sin dar explicaciones a los presentes y, aprovechando que su padre no estaba en su casa, debido a un asunto urgente que trataba sobre sus negocios, en peligro de extinción tras la muerte de Franco, fue a ver a su amado Ariel, quien estaba a punto de acostarse. Catalina golpeaba la puerta de la casa de forma presurosa y nerviosa. Ariel se sorprendió al escuchar semejantes golpes, y bajó corriendo las escaleras, aun con los pantalones puestos, pero con su camisa desabrochada. Al abrir la puerta, Catalina corrió presurosa hacia los brazos de su amado, besándolo desesperadamente.
- Ariel,- dijo, en un breve momento de tranquilidad, tratando de recuperar su aliento,- amor, no sabes las ganas que tenía de verte.
- Pero,- comenzó a decir Ariel, aun sorprendido por la repentina llegada de Catalina,- ¿tú no tenías tantas ganas de ir a tu fiesta de graduación?
- Sí.
- ¿Y tanto así, que hasta me pediste que te dejara ir para ver por última vez a tus amigas?
- Sí, pero...
- Y ahora si mi padre vuelve, de un momento a otro, sin avisar, ¿sabes la que se puede liar?
- Si, pero no me importa,- dijo Catalina.
- ¿Pero tu de qué vas? ¿No te das cuenta del peligro que corres? ¡Si mi padre te ve aquí, es capaz de matarte!
- Tu padre es un pringa'o, dudo mucho que pueda siquiera atreverse a ponerme un dedo encima.
Ariel simplemente pasó por alto aquella afrenta a su padre, porque sabía que la conducta errática de su amada sólo podía ser producto del alcohol consumido en aquel bacanal que algunos denominaron eufemísticamente "fiesta de despedida", por lo que las respuestas que ella pudiera dar en ese momento no debiesen ser del todo coherentes para Ariel.
- ¿Y tus padres saben qué estás acá?
- No, no tienen idea. ¿Y sabes algo?, no tenía ni la menor intención de ir a esa fiesta.
- Pero, ¿qué dices?...
- Ya te dije, no quería ir a ese lugar tan cutre, lleno de perdedores y con todas mis amigas borrachas...
- Es que no te entiendo, si no querías ir, entonces, por qué...
- Ariel,- le dijo, sin dejar de tomar las muñecas de su novio con sus finísimos dedos, ¿no te das cuenta? Si te pregunté si me dejabas ir sola a una fiesta que era muy importante para mí, porque iba a ser la última vez que vería a mis compañeros, quizá en muchos años, es porque realmente me amas.
Ariel realmente amaba a Catalina, pero el miedo y su preocupación por ella, una incómoda sensación de nerviosismo latente, sólo lograba desconcertarlo más y más. Ya no sabía que era lo que quería más. Por un lado, quería estar con ella, quizás pasar la noche y dejarla en su casa al día siguiente... pero por otro lado, estaba exponiendo la vida de ella, y la suya, ante la furia irracional que podría inundar a su padre si por alguna casualidad, los llegara a sorprender.
- Sigo sin entender,- le respondió Ariel, tratando de encontrar una explicación lógica a las palabras de Catalina, quien tras esta frase se puso a reir.
- ¿No lo pillas? Si me dejaste ir sóla es porque realmente confías en mí. Porque estás seguro de que yo no te pondría los cuernos con alguien más,- y tomándolo de las manos, continuó,- esa es la base de una relación, la confianza. Y yo confío en tí así como tú confías en mí, porque nos amamos,- y volvió a besarlo.
- Yo te amo, pero ahora mismo estás hablando incoherencias porque estás hecha una cuba, es mejor que te vayas echando leches,- y caminando hacia la cocina, preguntó,- ¿Te sirvo un café antes de irte?
- No, no quiero café, no necesito café,- su tono de voz cambió inmediatamente a un timbre melodioso y seductor,- necesito estar contigo. Deseo estar contigo. Lo deseo...
La inclinación del cuello de Catalina permitió que Ariel pudiera verla en todo su esplendor. Era cierto que estaba ebria, era cierto que estaba desobedeciendo sus órdenes, y era cierto que su presencia los ponía en una situación altamente problemática. Pero ambos eran jóvenes, estaban solos, y las ganas de hacer lo que las presiones paternas no deseaban, ahora que no había nadie para impedirlo, fueron lo justo y necesario para comenzar lo que vendría después. Un amor prohibido estaba a punto de desenvolverse en plenitud. Catalina miró fijamente los ojos grises de su amado, mientras le sonreía mostrando sus pequeños, blancos dientes. Ariel veía su rostro cada vez menos rígido reflejándose en los luceros color miel de la hermosa chica a quin eligió como novia. Ambos sonreían, un poco por placer, un poco por nerviosismo. Pero eso no importaba. Estaban jugando con fuego. Estaban solos, estaban juntos. Estaban enamorados.
- Catalina...
Obnuvilados completamente por la adrenalina de la situación, ambos amantes se encontraron cara a cara, y se olvidaron del peligro latente que significaba la posible llegada de Ariel Arismendi padre. Esa noche, afortunadamente para ellos, y a pesar de la inadvertida molestia generalizada en la familia Villarroel porque Catalina no había vuelto a casa a la hora acordada, el patriarca de la familia Arismendi no volvió (se quedó tomando con sus amigos, algunos de los cuales todavía lloraban la partida del generalísimo, ahogando sus penas en hectólitros de chinchol y cerveza), y Catalina pernoctó cómodamente en los gruesos brazos de su querido Ariel. Esa noche nacería la Generación Arismendi-Villarroel... esa noche, sería el principio de toda esta tragedia.
-- Sonidos de la suburbia... un caluroso día de primavera... 24 de Septiembre del 2009... --
Bastián había llegado. Como casi nunca estaban sus padres, no había nadie que podía decirle lo que podía y no podía hacer. De todas formas, a Bastián parecía no importarle, si su alma siempre fue rebelde y belicosa, mas no por eso, injusta y despiadada. Bastián era el mejor amigo del siempre taciturno Mariano, un chico decidido y confiado, gran guerrero en momentos de lucha, y un gran consejero para su círculo de confianza. Pero por sobre todas las cosas, un ser humano peligroso a la hora de la comida y, por sobre todo, la bebida.
Cuando Bastián cerró la reja del antejardín de la Casona de las Aralias, se extrañó al ver 2 vasos de plástico vacíos en medio del pasto. Los recogió como pudo mientras afirmaba contra su cuerpo la bolsa con el pan y los pasteles para la once. Y cuando se puso al frente de la puerta de calle, tuvo que dejar las cosas en el suelo para poder abrir la puerta. Finalmente, tras batallar tanto con las bolsas como con su paciencia y motricidad fina, Bastián finalmente pudo entrar. Y en el living no encontró a nadie. Ni a Diana, ni a Mariano, ni a la chica, ni a su fiel mascota Ganímedes, un gran labrador retriever extremadamente cariñoso y leal.
- Algo no está bien,- pensó, mientras botaba los vasos en el basurero de la cocina,- normalmente a esta hora, Mariano ya está de vuelta en casa... no creo que Lázaro, su maestro, quiera verlo más de lo estrictamente necesario...
Y luego, atando cabos, y viendo que ni Mariano ni la chica estaban, o al menos eso parecía, rápidamente reparó:
- Ah, ¿y si Plasma finalmente se decidió a dar el paso?,- y empezó a recordar la conversación que tuvo con su querido amigo hace unos días, en la casa.
-- 1 Semana antes --
Mariano ya se había duchado y había salido del baño para vestirse en su pieza. Salió del baño con una toalla envuelta en su cintura, y otra, por supuesto, y puesta con mucho cuidado, en su brazo derecho, y se apresuró en entrar a su pieza para vestirse rápido. Pero no se fijó que en su pieza estaba su amiga, buscando algo que había dejado olvidado sobre la cama de Mariano. Ella se sonrojó al ver su cuerpo apenas cubierto con las toallas de baño. Mariano también estaba más que avergonzado. En realidad no le hubiese importado si Diana, o incluso si Bastián estuviera en lugar de ella. Pero por alguna extraña razón, el hecho de que su amiga lo viera así, en esa circunstancia, lo apenaba profundamente.
- Eeeh... yo...,- se decía la chica, sin poder encontrar una respuesta rápida y coherente para la situación. Esto, por supuesto, ponía más nervioso aún a Mariano, quien sin entender por qué le pasaba, sentía una extraña sensación, entre agrado y pudor, por aquella escena.
- No, no, no te preocupí,- decía apenas el "pobre" Mariano, sonrojado y apenado a más no poder,- no sabía que estabai aquí... si quieres me cambio ropa en el baño...
- No hace falta,- respondió la chica y, en un giro inesperado de los hechos para él, agregó,- igual ya encontré lo que andaba buscando,- y clavando su mirada fijamente en los ojos incrédulos del joven, salió del cuarto con una sonrisa en los labios, y dejando a Mariano completamente descolocado, sin saber qué hacer ni decir. Tras vestirse, Mariano trató de buscar a la chica, pero ella ya había partido hacia la Fundación.
- Puta la weá,- se decía, mientras colocaba su mano entre su frente y la pared, como deseando que la tierra se lo tragara.
Bastián ese día había discutido con su polola, y estaba muy irritable. Lo primero a lo que atinó luego de llegar y saludar a Mariano, fue a abrir una de las cervezas que habían en el refrigerador, y que Diana había comprado hace una semana para celebrar su cumpleaños número 18, carrete por lo demás memorable, en el cual todos los miembros se pusieron alegres y donde hubo de todo: una pelea entre uno de los compañeros de Bastián y el DJ porque este no puso metal sino que puro reggaeton; un compañero de Mariano se echó el lavamanos; Bastian y Plasma se pusieron a bailar sobre la mesa y casi aplastan a la festejada; Ganímedes vomitando porque algún gracioso casi lo mata por darle cerveza; no faltó el que dio pena, Eric, quien se puso a llorar a moco tendido por Támara, por lo que tuvieron que dejarlo en la pieza de Bastian hasta que dejara de dar jugo; y hasta el mismísimo maestro, quien criticó de principio a fin por el hecho de que el anfitrión era Mariano, se curó raja y terminó desnudo, bailando con una planta y tirándose a la piscina.
Disturbios y ordinarieces aparte, la situación de hoy es más tensa y complicada. Plasma estaba sentado en el sillón, con las manos en su mentón, la punta de los dedos tocando sus labios, y los codos apoyados sobre sus muslos, un poco más arriba de las rodillas. Sus ojos se perdían en las luminosas y atractivas imágenes que aparecían en la pantalla de la televisión. Modelos, acción, alcohol, y fascinantes escenas sugerentes. Nada podía alejar el bochornoso momento vivido horas antes de su mente, y tan sólo la voz de Bastián pudo sacarlo de su catarsis televisiva.
- ¿Y tú?,- le dijo secamente,- ¿por qué tení esa cara de amurrado?
- Ah, perro,- se trataban cariñosamente de perro, zorrón, papá, compare y otros términos supramarginales,- no sabí na'. (a)
- ¿Qué paso, peleaste con la chica?,- preguntó Bastián mientras le entregaba una lata a Plasma.
- No exactamente... o sea, si pasó algo, pero no es lo que pensai.
- Ya, cuentame, perro,- y Mariano le contó el simpático episodio de las toallas. Su "partner", por supuesto, se largó a reir estrepitosamente.
- Jajajaja, pero cómo, la media perso,- decía entre carcajadas,- ¿y se impactó?
- Obvio poh, gil, ¡imagínate que mi hermana entra a su pieza con las toallas envueltas y tú ahí sentado como si nada... ¿cómo se sentiría?
- Puta, Mariano, te entiendo, ¿pero por qué te amargai? Yo en tu lugar estaría todo papito corazón washo así.
- No digai esa weá, ni en broma, weón,- Mariano estaba realmente cabreado.
- Ya, perdón, compare, nunca más.
- Ya, es que me da rabia... me hubiera dado lo mismo que hubiese sido mi hermana, o vo', porque no pasa naipe tiburón, pero con la chicoca no, porque... ella... no se como decirlo...
Y pensando rápidamente, Bastián preguntó:
- ¿Te gusta la chicoca, zorrón?
- ¿Ah, no se nota?
- Wena, weeena zorrón. Pero, ¿es legal?
- ¿A qué te referí? Si son 3 meses no más de diferencia...
- No, perro, me refiero a que si ella sabe que le gustai...
- No sé si lo sepa... pero ayer se sonrojó bastante por lo que pasó... capaz que sea una señal, y que quiere...
- ¿Y en que topai? Si yo he notado que son amigos, y que son muy amigui terrible cercanos. Y que se quieren caleta. Dale no más, perro, y si te va mal, aqui te espero con sus chelas locas y te subo el ánimo como querai...
- Pero, si me va mal...,- se decía Mariano,- es como obvio que no vamos a poder seguir siendo amigos... después se vuelve demasiado incómodo. (O por lo que el autor de este cuento le ha contado -_-)
Diana, la hermana de Mariano, había escuchado toda la conversación y se había decidido a ayudar a su hermano mayor. Diana nació en Madrid, en 17 de Septiembre del año 1991. A los 5 años llegó a un país nuevo junto a sus padres, Ariel y Catalina... o al menos eso fue lo que siempre se dijo públicamente. Era la única hija del matrimonio Arismendi-Villarroel, 5 años mayor que Plasma. A pesar de haber sido siempre una chica recatada e incluso indiferente a lo que podían ser las actividades normales de las chicas de su edad, y del hecho de siempre trataba de alejarse de las cosas que le provocasen dolor, cuando veia a Mariano o a Bastian en algun predicamento, nunca dudaba en ayudarlos.
- Hermanito, dale no más,- dijo animadamente una dulce voz.
- Diana...,- dijo Mariano, con una voz casi inaudible.
- Si no te atreves, vas a perder la única oportunidad que tienes con ella...
- ¿Y cómo sabí esas cosas, si nunca has tenido pololo?
- Eso no importa, tonto. Lo que pasa es que los hombres son muy fáciles de predecir.
Mariano y Bastián se miraron desconcertados.
- Si no te atreves a decirle que te gusta, nunca vas a dejar de ser su amigo, y ella sólo te va a mirar como tal,- explicó Diana,- y eso, en el fondo, es peor que dejar de ser amigo de ella.
- Y yo supongo que no querí que sólo sean amigos, ¿o sí?,- terminó Bastián.
Mariano miró cabizbajo la alfombra del living mientras trataba de decidir qué hacer con su amiga.
- Ya, OK,- se dijo,- me la juego.
- Ese es mi tiburón,- celebró Bastián, al tiempo en que ambos amigos chocaban los cinco y sus latas de cerveza.
- Oye, ¿y desde cuando toman cerveza ustedes?
- ¿Y desde cuando nos haci atados?,- respondió Plasma.
Esa noche, los tres adolescentes celebraron con cerveza la decisión de Mariano. Por una noche, el dolor que le provocaba su mano derecha desapareció por completo, y la esperanza de conquistar el corazón de su mejor amiga. Bastián recordaba cercanamente la celebración, no tan sólo por el hecho de que eso pasó hace una semana, sino que por el hecho de que había notado el sentimiento de esperanza, al ver el rostro de su amigo. Nada lo podía alejar de sus buenos pensamientos, que deseaban lo mejor para él y su amiga, excepto por la presencia de Diana, quien bajaba por las escaleras, con la única intención de hablar con Bastián.
Última edición por Betito el Lun 15 Feb 2010, 23:01, editado 2 veces